Todos tenemos claro que, en una economía de mercado libre (aunque regulado) el éxito de una empresa está basado en su competitividad. No me acaba de gustar la palabra, puesto que hace la impresión que estemos en un juego de vencedores y vencidos, y no es sólo esto. La utilizo más bien en el sentido de “ser competente” en la manera de hacer las cosas: calidad, precios, costes, servicio…

Estamos viviendo este últimos años un importante enfrentamiento entre las corrientes “globalizadoras” (neoliberales), y los “proteccionistas” (populistas), a la hora de promover nuevas medidas políticas. Por eso me gusta recordar que las políticas de favorecimiento de la competitividad no pueden ser las mismas cuando se piensa en la competitividad interior que cuando se necesita competitividad exterior, es decir cuando se trata de competir en mercados abiertos al exterior y no en mercados cerrados, cómo ha pasado en el caso español durante las últimas décadas. En este caso, la productividad interna de la empresa, pasa a tener un papel fundamental, puesto que otros elementos, de proximidad o de protección, han desaparecido.

De aquí se derivan muchas líneas de actuación, pero sólo me quiero referir ahora a una: la dimensión y la gestión empresarial. Durante los últimos años hemos visto como muchas empresas españolas han aumentado mucho sus exportaciones; pero el déficit comercial español ha crecido mucho puesto que las importaciones también han aumentado, pero todavía más. Dedo de otro modo: muchas empresas han mejorado su competitividad, pero la economía española en conjunto, no.

He escuchado muchas veces decir que la razón está en que la productividad de las empresas españolas es todavía inferior a la de las empresas del países del centro de Europa, y muy especialmente de las alemanas. Esta es una verdad a medias; estoy más bien de acuerdo con Antón Costas cuando explica que las empresas grandes y medias de aquí han logrado niveles de productividades parecidas a las de fuera, y en cambio, las empresas pequeñas la tienen más baja en relación a las pequeñas de fuera. El mal resultado global es debido de al hecho que, proporcionalmente, aquí muchas menos empresas grandes y medias que allá, y en cambio muchas más de pequeñas.

Simplificando, hay que concluir que, en el proceso de apertura comercial en Europa y también al mundo, uno nuestros problemas de competitividad como país, tanto aquí como al conjunto del Estado, está en la dimensión empresarial.

Recuerdo que en los años 80 había al Ministerio de Industria una Dirección general específica para pequeñas empresas. No sé qué se ha hecho… Hace falta una atención especial hacia ellas, pero adaptada los nuevos tiempos. Necesitamos políticas de protección y ayuda a las empresas para que nazcan y se desarrollen, pero también políticas de estímulo a la posterior continuidad del crecimiento para adquirir, por desarrollo endógeno o por fusiones, una dimensión superior que permita una competitividad en mercados exteriores, y unos sistemas de gestión profesionalizada de acuerdo con las necesidades de la nueva dimensión. También se tendría que ver si hay que revisar algunas medidas que pueden significar incentivos al no crecimiento, haciéndolo evidentemente de forma selectiva para no perjudicar aquellos sectores que, por su naturaleza y su ámbito de actuación, pueden seguir estando integrados por empresas pequeñas.

Joan Majó, ingeniero y ex ministro