Cada vez es más preocupante la cantidad de personas que te manifiestan dudas y confusión de cara al futuro. Es comprensible, debido a las contradicciones entre la información y las propuestas que reciben, y la realidad que experimentan. No me refiero sólo al problema político catalán, que también, sino a las perspectivas económicas generales. Querría destacar las causas del contraste entre los valores que se predican y la realidad que se vive.

  1. Valores. Las actuales sociedades europeas comparten, desde hace tres siglos, unos valores: “libertad, igualdad, y fraternidad”. Son valores históricamente de origen cristiano, a pesar de que los revolucionarios franceses, al proclamarlos, tuvieron que luchar contra la nobleza y la Iglesia. Estos valores, ahora, se formulan a menudo como “derechos humanos, justicia social, y solidaridad”. Pienso que gran parte del problema es que su transposición a la práctica económica y política, a lo largo de los últimos siglos, ha tenido unas derivas que los han ido desfigurando en buena parte.
    Por un lado, al pasar de la libertad a los derechos personales, no se incorporó bastante la noción de “límites” y se proclamaron de forma mucho más compulsiva que los derechos derivados de la igualdad. Por eso, el capitalismo de aquellas épocas significó crecimiento económico pero produjo unas desigualdades sociales extraordinarias, hasta la primera mitad del siglo XX. Por otro lado, la “fraternidad” se trató tanto más cuanto un buen sentimiento que como una obligación y unos deberes derivados de la justicia social. La reacción socialista radical o comunista, intentó revertir los términos poniendo la igualdad por ante la libertad, pero no va tuvo éxito. Todo ello acabó provocando dos desastres bélicos y una gran crisis económica.
    Más recientemente, la “economía social de mercado”, pactada en Europa entre los partidos moderados de derecha y las socialdemocràcies, representó una mejora de equilibrios, y supuso 40 años de crecimiento real, y una importante disminución de las desigualdades. El equilibrio se rompió cuando las teorías neoliberales y la desaparición de los regímenes comunistas, permitieron y ayudar a un regreso a las fórmulas del pasado, que han traído, no a desastres bélicos, pero sí a situaciones de fuertes riesgos en la economía, y a una peligrosa mezcla de miedo y de indignación en partes muy importantes de nuestra ciudadanía. Si queremos mantener y reforzar nuestros valores, y sobre todo, si queremos que no queden en puras declaraciones sin suficiente eficacia real, tenemos que revisar algunas de las actuales prácticas políticas. La experiencia de los últimos años nos proporciona bastantes pistas y criterios para hacerlo.
  2. Enseñanzas a tener en cuenta. Una buena noticia es que se ha constatado empíricamente que la disminución de la desigualdad, en contra de lo que se decía, no afecta negativamente el crecimiento, sino que lo favorece, siempre que haya políticas adecuadas que lo acompañen. Por lo tanto, progreso económico y progreso social no se contradicen y pueden andar juntos.
    El comportamiento del mundo financiero ha hecho mucho daño, pero ha servido para mostrar que, en contra de teorías en boga, los mercados liberalizados no se autoregulen. Estuvo en peligro toda la economía y se ha necesitado un gran esfuerzo público para salvar la situación, pero ha quedado claro que las intervenciones reguladoras de los Estados son necesarias; y que cuando la actividad económica tiene una dimensión global, hace falta que haya organismos de regulación de esta dimensión.
    El fenómeno de la globalización en el campo comercial ha sido enormemente beneficioso a nivel mundial y ha disminuido mucho las desigualdades en el mundo. Los países desarrollados también se han beneficiado, pero muchos han visto como aumentaban sus desigualdades internas, puesto que se han producido localmente ganadores y perdedores. Los Estados no han sido capaces, o no han querido, de corregir, con medidas fiscales redistributivas y con políticas activas de reconversión laboral, estas situaciones. No se trata de parar la globalización, si no de evitar que sea descontrolada y asimétrica.
    Las políticas de austeridad y de reducción del Estado del Bienestar han sido una mala receta para salir de la depresión. Es necesario evitar desequilibrios fiscales excesivos y el descontrol en el gasto; pero sin políticas paralelas que mantengan la capacidad de consumo, no se sale de la crisis y se agravan las desigualdades sociales.

El progreso tecnológico, la evolución demográfica, y la facilidad de movimientos de personas, productos, dinero, e información, están cambiando nuestras sociedades haciéndolas más plurales y complejas. Esto impone la necesidad de que, junto a proclamar valores y derechos personales, se indiquen sus límites y se exijan a todos deberes y obligaciones; límites y deberes que venden determinados por la necesidad de una vida en común digna para todo el mundo, el respeto por la natura viva, y la garantía de sostenibilidad, ecológica, económica y social, para las futuras generaciones.

Joan Majó, ingeniero y exministro