Ahora que se está hablando intensamente de la vuelta a la normalidad aparecen muy a menudo, no sé si conscientemente o no, reflexiones sobre la continuidad o no del carácter industrial de nuestras sociedades. A veces se habla de la industria como si se hablara ya del pasado, y en otras ocasiones se ve un evidente deseo de conservar este carácter. Yo me inclino más hacia esta segunda posición, pero creo que, al igual que se bautiza la normalidad como nueva, hay que bautizó la sociedad industrial con el mismo adjetivo. Los cambios necesarios son la consecuencia principalmente de tres factores. Hay uno que abre oportunidades: los enormes progresos en las tecnologías digitales. Un segundo que se deriva de la conciencia sobre la necesidad de poner límites en la utilización de recursos naturales. Y un tercero de carácter sociopolítico: la no sostenibilidad de las enormes desigualdades que se han creado entre personas y territorios. Los tres juntos nos obligan a decisiones urgentes e importantes. Quiero hablar un poco.
Nos es imprescindible continuar con la actividad industrial y a nivel global deberá crecer.
Recordemos que nuestras sociedades actuales estuvieron configuradas, a lo largo de unos pocos siglos, por la enorme capacidad tecnológica de transformar recursos naturales y energéticos en instrumentos, aparatos o herramientas, y por haber basado los grandes aumentos de bienestar personal o colectivo en la utilización de estos instrumentos. La industria fabricaba los aparatos y ellos aumentaban nuestras capacidades personales, complementando y permitiendo hacer mejor o con menos esfuerzo las cosas que hacíamos, y hacer otras cosas que antes no podíamos hacer. Ahora bien, para poder aprovechar esto ha sido necesario conseguir ser propietarios de muchos de estos instrumentos y tenerlos a nuestro servicio. Es cierto que poco a poco se han ido estableciendo, sólo en algunos países, los derechos universales de acceso a algunos bienes y sobre todo en algunos servicios, pero su disponibilidad, fruto de la propiedad, sigue siendo clave. Ahora entramos en una nueva etapa.
- La nueva sociedad. Las limitaciones que he explicado nos obligan a reducir el uso de recursos naturales y buscar una mejor distribución del bienestar entre toda la población. Tenemos, sin embargo, la suerte que las actuales tecnologías nos permiten acceder al servicio que queremos sin que, en muchos casos, haya la necesidad de ser propietarios del aparato que nos lo proporciona. Lo que de verdad queremos es viajar, no tener un coche; lo que nos gusta es escuchar un concierto o ver una película, no tener en casa una gran estantería llena de grabaciones. La necesidad de adquirir y tirar medios informativos en papel es cada vez menos clara, porque ya tenemos otros caminos para estar informados … Hay que revisar las características de las nuevas sociedades industriales y, en esta tarea, las decisiones clave deberían estar alrededor de algunos conceptos como: propiedad del instrumento o acceso al servicio; propiedad personal, propiedad colectiva o propiedad pública, y acceso personal o acceso colectivo. Creo que podemos ir encontrando situaciones diferentes en las que podamos buscar qué combinación de estas posibilidades es la más apropiada. No lo haré ahora, pero pongo un ejemplo. En muchos de los garajes privados de las grandes ciudades, como Barcelona, hay docenas, y a veces cientos, de vehículos aparcados que seguro que el 90% del tiempo no hacen ningún servicio y sólo se utilizan puntualmente. En las viviendas de los edificios hay también docenas y docenas de lavadoras de ropa que tienen también un uso muy reducido. ¿No sería posible organizar colectivamente un “pool” de vehículos y un servicio de acceso de tipo común que mejorara extraordinariamente la eficiencia de todos estos aparatos?
- La nueva indústria. Ya he dicho que hago esta reflexión desde la convicción de que no se ha acabado la sociedad industrial pero que debemos repensar tanto desde un punto de vista tecnológico como social. La industria tiene futuro porque las herramientas y los aparatos que nos han proporcionado tanto bienestar seguirán siendo fundamentales para el progreso futuro, pero la forma de ser repartidos y la forma de ser utilizados deberán ser diferentes, y sus características tecnológicas deberán adaptarse a las nuevas posibilidades ya las nuevas exigencias que supone este cambio en la utilización. Esta adaptación tiene que ver no solamente con el tipo de tecnología de los aparatos, sino también con otras propiedades como la eficiencia (la relación entre los objetivos alcanzados y los recursos empleados), la obsolescencia (la preparación para una vida más larga con un consumo más intenso), la reutilización (para nuevas finalidades) o la facilidad de uso para personas con diferentes niveles de capacitación.
Nos es imprescindible continuar con la actividad industrial, y a nivel global incluso deberá crecer por la incorporación de muchos millones de nuevos consumidores; es lógica, pues, una preocupación por la deslocalización o el retorno de estas actividades básicas y de fuerte creación de valor. Pero tanto el progreso tecnológico como los retos y limitaciones que tenemos ante piden unas modificaciones de los modelos de consumo que llevarán a cambios en las normas sociales que determinan las relaciones entre personas, y entre personas y recursos naturales. ¡Tenemos un trabajo importante a pensar y hacer!
Joan Majó, enginyer i ex ministre
Publicat el 25/06/2020 en el Diari Ara