Se me ha sugerido que aproveche el artículo perfeccionar algún comentario sobre el tema. Lo acepto con gusto y lo hago con cierta precaución: se habla tanto esta semana de feminismo que tengo conciencia de que es difícil decir algo nuevo y original sobre el tema; me limito por tanto a mirarlo desde el punto de vista que me resulta más cercano: la actividad tecnológica. Empiezo con una reflexión previa.
- Igualdad y diversidad. Comparto plenamente la reivindicación de igualdad de género, y de eliminación de cualquier barrera que discrimine por esta razón o por cualquier otra, tanto si esta discriminación es ideológica y por tanto manifiesta, como si es de hecho y por tanto disimulada. Denunciar este segundo caso es muy importante, ya que es frecuente que en el tema de género se justifique la discriminación aduciendo otros motivos aparentemente razonables. Para poder defender con plena razón esta postura creo que es necesario que el feminismo evite caer en dos errores: confundir igualdad con uniformidad y pretender buscar la equiparación poniendo al hombre como referente. Dicho de otro modo: la igualdad total de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres, que para mí son las dos dimensiones fundamentales de la igualdad, no tienen que hacer desaparecer las diferencias naturales, positivas y complementarias entre unos y las otros, que existen, que deben ser reconocidas, y que deben ser aprovechadas por el bien colectivo. No se trata de que las mujeres, para poder tener los mismos derechos y oportunidades deban parecerse más a los hombres, si no de que los tengan conservando todas sus características de género que enriquecen mucho al conjunto de la sociedad.
- Mujeres y tecnología. Las razones para la discriminación tienen raíces muy antiguas de tipo evolutivo, ideológico, religioso y sobre todo de poder. Pero, en los últimos siglos creo que se ha añadido otro relacionado con las transformaciones socioeconómicas derivadas del progreso de la tecnología. Sabemos qué hace 250 años vivimos la revolución industrial y que ahora estamos en plena revolución de la información. Una y otra han tenido efectos sobre la igualdad. La primera revolución fue posible gracias a las enormes cantidades de energía que tuvimos a nuestra disposición al acceder y poder utilizar las grandes reservas de combustibles fósiles que se descubrieron en el subsuelo, y que nos permitieron transformar en objetos útiles las reservas de minerales metálicos que también hicimos explotar. Esta característica de manipulación de mucha energía y de muchos materiales, hizo que se pudiera asimilar el trabajo industrial más a las características físicas de los hombres que de las mujeres, y eso seguro que contribuyó a confirmar ya justificar la desigualdad de oportunidades en favor los primeros y relegar las segundas a otros “labores”. La actual revolución tiene unas características totalmente diferentes. Disminuye la necesidad de trabajo basado en herramientas “materiales”, aumenta la necesidad de trabajo “intelectual” basado en herramientas “digitales” para la gestión de información en su sentido más amplio, y hace crecer la prestación de servicios tanto personales o profesionales, tanto en los ámbitos del mercado como en las comunidades sociales o familiares. A la hora de considerar las características de las personas por estos trabajos, ha desaparecido toda diferencia natural entre hombres y mujeres, y por lo tanto están, y continuarán, desapareciendo razones que justifiquen discriminación. Puedo añadir otro elemento importante. El trabajo industrial exige la presencia física y conjunta de los trabajadores a la “fábrica”, con los inconvenientes que esto puede conllevar. La naturaleza de las nuevas actividades reduce la necesidad de trabajo presencial y abre nuevas posibilidades de teletrabajo para unos y otros, desde centros ad-hoc o del propio domicilio, lo que también debilita algunas justificaciones, razonables en algunos casos, a la hora de ofrecer oportunidades.
- Inercias. Está claro que todo lo que he dicho puede hacer mucho para reducir las desigualdades de género relacionadas con el trabajo, lo que puede ayudar a revisar también las de origen ideológico o religioso.
Ahora bien, existen dos inercias, ambas culturales, que dificultan la transición. La primera por parte de los que toman decisiones de contratación laboral, o de nombramiento personas para cargos, ya que les cuesta ver a mujeres en puestos de trabajo en los que siempre se han visto hombres. Y la segunda, la más importante, la reticencia aún demasiado grande de muchas mujeres a adquirir este tipo de competencias relacionadas con ciencia, tecnología, y gestión, y muy especialmente con las llamadas TIC. Creo y espero que la renovación generacional irá acelerando todos estos cambios, que son muy rápidos.
Joan Majó, ingeniero y ex ministro.