Pienso que el bienestar es una sensación de presente que se experimenta cuando uno se siente bien, pero que la tranquilidad y el miedo tienen a menudo que ver más con el futuro. La tranquilidad viene de la confianza cuando las perspectivas son buenas, y el miedo la producen las malas perspectivas, pero quizás aún más las perspectivas inciertas. Aceptando que estas sensaciones tienen una dimensión individual, es evidente que su extensión produce un efecto colectivo o social. Se oye hablar a menudo de “bienestar social“, pero mucho menos de “miedo social“, y creo que esto es precisamente lo que caracteriza nuestras actuales sociedades europeas y es un elemento clave de lo que nos está pasando; por eso quisiera analizarlo un poco más.
- Un siglo de contrastes. Tras unos cincuenta años de relativa tranquilidad, no tenemos que avergonzarnos al reconocer que ahora los europeos estamos cargados de miedos, ya que alrededor del cambio de siglo se ha iniciado una nueva situación. La primera mitad del siglo XX, aunque con unos años tranquilos, estuvo llena de enfrentamientos, de dictaduras, de campos de exterminio, de emigrantes, de guerras y muertos. Tanto para los que las vivieron, como por los que nacieron después, la segunda mitad del siglo fue muy diferente, y pudimos mirar el futuro con unas perspectivas aceptables que se iban confirmando o mejorando década tras década. En el ámbito político, los acuerdos de paz, la restauración de regímenes democráticos, el nacimiento de muchas organizaciones de carácter internacional (ONU, UNESCO, OIT, OMS …), y la progresiva construcción de una entidad política europea, eran algunos elementos muy positivos. Pero sobre todo la recuperación de un proceso de crecimiento económico que generaba riqueza real y que creaba muchos puestos de trabajo y una paralela disminución de las desigualdades sociales, permitían a una parte muy importante de la población mirar el futuro con optimismo. Evidentemente, la situación era mejorable, incluso muy mejorable, pero iba mejorando para muchísima gente. Había tranquilidad y confianza en el futuro. Muchos expresaban el convencimiento de que sus hijos vivirían mejor que sus padres …
- Las últimas décadas. A muchos les cuesta aceptarlo, pero la coincidencia de la globalización con las corrientes neoliberales de finales de siglo rompieron esta dinámica. La globalización fue la consecuencia, inevitable pero buena, de un conjunto de circunstancias y de posibilidades derivadas la mayoría del progreso tecnológico. Pero un cambio de situación como éste pedía una adaptación o un cambio de regulación, y lo que se hizo no fue eso sino simplemente se des-regular y se echaron atrás muchas de las políticas que habían permitido el tipo de progreso de los años anteriores. Poco a poco, a partir de este hecho, la gente se fue mirando el futuro con más preocupación, ya que las tres últimas décadas no invitan a pensar que “cada vez vamos mejor”. El terrorismo y las guerras relacionadas con luchas radicales, el progresivo paso de una economía industrial regulada dentro de cada estado a una economía financiera de carácter mundial, la evidente incremento del poder de los grupos financieros por encima del teórico poder político de los gobiernos de muchos países, o más recientemente, la experiencia del poder de los grupos que controlan los datos, la conectividad o la creación y la distribución de la información, ha ido haciendo crecer el miedo al futuro, tanto en el campo del trabajo, como en el de los recursos. Miedo al futuro del trabajo, miedo al retorno de la pobreza y la escasez, miedo a la sostenibilidad del modelo de consumo, miedo a la decreciente calidad de los servicios públicos (enseñanza, sanidad, pensiones, oportunidades de trabajo, protección de la vida privada …) y también miedo a las posibles consecuencias de una aparente impotencia o incapacidad de los gobiernos para dar soluciones a todas estas necesidades o preocupaciones.
- Europa en la pandemia. Sabemos que lo que las personas hacen cuando toman decisiones empujadas por el miedo es difícil que parezcan racionales y que sean entendidas. Si son los que gobiernan los que las toman, en base a informaciones dudosas y en perspectivas inciertas, es fácil que creen en los ciudadanos desorientación y sospechas de incompetencia, y esto contribuye aún más a hacer crecer la desconfianza y el miedo en el futuro. Sería preciso que hubiera un mayor grado de transparencia en las manifestaciones de muchos gobiernos europeos, entre ellos, nuestros, para evitar la apariencia de tener la verdad y de conocer lo que hay que hacer, y así poder descalificar las otras opiniones. Esto refuerza los populismos de una y otra parte, polariza las sociedades, convierte el juego político en enfrentamientos permanentes, hace muy difíciles las actuaciones consensuadas, y en definitiva también hace que muchos empezamos a tener miedo de que se ponga en cuestión el sistema democrático . Un pueblo atemorizado y decepcionado es muy fácil de ser engañado por unos líderes irresponsables con unos objetivos emocionalmente estimulantes.
Joan Majó, ingeniero y ex ministro